Laura Elizabeth
Chinde
Creo en sus
manos
Bajo el bautizo de cualquier nombre
las del infante mendigo, manchadas de tierra
las de la infanta dormida, cubiertas de azúcar
en las del Hijo del Hombre
o en las del Iscariote, enfermas de culpa.
Bajo el bautizo de cualquier nombre
las del infante mendigo, manchadas de tierra
las de la infanta dormida, cubiertas de azúcar
en las del Hijo del Hombre
o en las del Iscariote, enfermas de culpa.
Creo en las manos doradas de Midas
Cuando la viuda las junta por consuelo
O en las fuertes Pelidas
Del que las hiere por querer arar el suelo
Para que así se le conceda
Dies illa
Una moneda.
Creo en sus ojos
que, al unísono, se incrustaron piedras
las del zafiro, cristales de tierra
las del pistacho, rellenas de azúcar
en las castañas de almíbar
o las de turmalina, brillantes y ocultas.
que, al unísono, se incrustaron piedras
las del zafiro, cristales de tierra
las del pistacho, rellenas de azúcar
en las castañas de almíbar
o las de turmalina, brillantes y ocultas.
Creo en los ojos transparentes del Emilio
Cuando Sartre los juntaba para-sí.
O en los del César, sin auxilio
Del que los pierden, aunque también les creí
Para obtener por su grandiosidad
Dies illa
La inmortalidad.
Creo en su voz
que quiso y acabó siendo primera
la de un Bautista, reforzada de tierra
la de María Antonieta, saturada de azúcar
en la de Palas
Atenea
o en la del Atrida, doliente y absurda
o en la del Atrida, doliente y absurda
Creo en la voz del capitán, del buen marino
Cuando el temor le cruza los fonemas
O en la del asesino
Del que por hablar mal, tuvo problemas
Pues se le dijo que a la fe le deje plaza
Y que bastaba con un grano de mostaza
Dies illa
Y en la resurrección de la carne
Y en la vida eterna…
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