ELEGÍA DEL ÚLTIMO DE LOS HOMBRES
Soy el último de los hombres
Y debo constatar que el día que nos descubrimos divinos
Cuando el progreso nos bendijo
Ese día
Escribimos un nuevo tratado para el mundo
Que decía:
“Que la vergüenza se nos vuelva líquida
Y la destilemos con el calor de nuestro espíritu
hacia arriba y hacia el fin.
Que las ideas se nos tornen ambiguas
Y las cabezas lluevan en corriente
En corriente desenfreno.
Que el aire sea tan fresco que nos queme la tráquea
Mientras los labios carnosos se tropiecen al hablar
Que aprendamos a ver más que a mirar
Con la vista tan clara que los ojos nos ardan.
Y se vuelva blanco el iris
Después de digerir todos los colores
Que si los ojos nos son vanos, nos limitemos al olfato
Que cedamos al instinto y los miedos
Que se fundan de una vez
Pues, por eso hemos nacido
Para fundar y, de paso, fundir
Para batallar, como David
Que dejó la honda y tomó la espada
Y la apuntó en dirección al cielo
Que Simbad se reconozca en un grumete
Al reflejarse en el brillo de nuestras naves
Naves de viento, armas de incienso, y balas de plomo
Que los niños lo sepan todo desde el principio
Que a las esposas se les enseñe cómo llorar
Para no perder tiempo adiestrando viudas
En carne cruda hemos de continuar”
.
Iba siempre, a la cabeza, un soberano
Príncipe como jamás había existido
Era sabio, poderoso y, en su mano
Iba un sello inconfundible de testigo
La bandera semejaba una cruzada
Y con tono de barítono decía:
“-Canten conmigo que el temor también condena
-El mismo día vemos todos, príncipe
-Marchemos uniformes, como la luna llena
-La misma luna nos ilumina, príncipe”.
Entonces, llenos de fervor, nos armamos
Y nos embarcamos en luchas personales
Como titanes, sedientos de gloria
Aguardando el día para nuestra historia
Ese día...
Olvidamos a nuestros padres pero,
Los apellidos se mantuvieron
Los hijos se volvieron extensiones nuestras en el tiempo
Nos hicimos inmortales en el verso
Aprendimos a besar al horizonte y a repudiar el firmamento
Aprendimos a despreciar los huesos descarnados
Un paso adelante del otro fuimos,
Quien retrocedía no era más que un cobarde
Pues vivimos para sentir y morir
Pero, más que nada
Vivimos para la pompa y el alarde.
Ese día
Llegó una batalla, demasiado sencilla
Había que secar un río y conseguir toda la gloria:
¿Dónde está el príncipe?
Ante su ausencia
Uno quiso tener el honor
Otro se dijo “caballero”
Otro se enfureció, primero
Dije a todos:
“Dadle la gloria
¿Es que acaso importa que brille tal o cual rodilla?
Una vez sembrada la semilla, hay fruto para todos”.
No así lo entendieron los capitanes
Y empezaron a atravesarse unos a otros
Sus melenas se retorcían en homogéneo remolino
Entre chorros, veíase la sangre danzante
Todos llevaban la misma indumentaria
Y, ahora, compartían las mismas heridas
El gigante cayó por haberse cortado las piernas
El robusto cedió por haberse quitado la grasa
Como los árboles, iban en secuencia decayendo
Siguiendo el patrón de sus espadas
Y el río se acrecentaba, embriagado de tanto nuevo vino
Llamé al príncipe a gritos cuando,
Sentí rugir una roca desde lo alto
Esperé la firmeza y creí encontrarla,
Era el príncipe, sobre una cascada
Miraba todo desde lo alto y reía
El Príncipe reía.
Luego, dio un chillido y saltó en frenesí
Lo vi descender vertiginosamente sobre el agua
Cuando, antes de estrellarse con las rocas
Desplegó un par de alas negras
Y empezó a volar.
El remolino era inmenso, aguas de sangre
En todas las direcciones que apuntaba la corriente
No las de los hombres recién caídos
Eran las de otros hombres
Los de tiempos anteriores.
El Príncipe alado se sumergió y emergieron cuerpos
Ellos dejaron la batalla y rompieron a llorar
Reconocieron otros hombres, otros uniformes
Otras naves de viento, otras armas de incienso
No miraron al suelo para evitarse las balas de plomo
Entonces vi cómo fueron cayendo, unos contra otros
Y otros contra el suelo, ninguno contra mí
Algunos me rogaban inmortalidad
Pero todos tenían el mismo nombre
Intenté recordarlos, pero tenían el mismo rostro
Impuesto por el régimen de ellos mismos
Me acerqué, esperando arrancar el maquillaje
Y no hice más que desollar unos cuantos
Diez, doce. Mil, millones
Dejándome en la impotencia de la lástima, lloré
Me fui hacia los bosques, así fue
Perdimos la batalla contra Natura
por no batallar, terminé resguardando mi vida
Soy el último de los hombres de la tierra
Y he de ser vigía
Mientras claman los fantasmas, de otras glorias
Los espíritus de épocas perdidas
Ilión, Roma, Águila y China
Hemos muerto para marcar un proceso
Para flotar y hundir, en permanente sumergida
No eres tú, Lizardo
Es el hombre en vida.

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