sábado, 10 de enero de 2015

ELEGÍA DEL ÚLTIMO DE LOS HOMBRES  

Soy el último de los hombres
 Y debo constatar que el día que nos descubrimos divinos
 Cuando el progreso nos bendijo
 Ese día
 Escribimos un nuevo tratado para el mundo
 Que decía:

 “Que la vergüenza se nos vuelva líquida 
Y la destilemos con el calor de nuestro espíritu
 hacia arriba y hacia el fin.

 Que las ideas se nos tornen ambiguas
 Y las cabezas lluevan en corriente 
En corriente desenfreno.
 
Que el aire sea tan fresco que nos queme la tráquea
 Mientras los labios carnosos se tropiecen al hablar
 Que aprendamos a ver más que a mirar 
Con la vista tan clara que los ojos nos ardan.

 Y se vuelva blanco el iris
 Después de digerir todos los colores
 Que si los ojos nos son vanos, nos limitemos al olfato 
Que cedamos al instinto y los miedos 
Que se fundan de una vez

 Pues, por eso hemos nacido 
Para fundar y, de paso, fundir
Para batallar, como David 
Que dejó la honda y tomó la espada 
Y la apuntó en dirección al cielo 
Que Simbad se reconozca en un grumete
 Al reflejarse en el brillo de nuestras naves
  Naves de viento, armas de incienso, y balas de plomo

 Que los niños lo sepan todo desde el principio
 Que a las esposas se les enseñe cómo llorar
 Para no perder tiempo adiestrando viudas 
En carne cruda hemos de continuar”
.
 Iba siempre, a la cabeza, un soberano
 Príncipe como jamás había existido
 Era sabio, poderoso y, en su mano 
Iba un sello inconfundible de testigo

 La bandera semejaba una cruzada 
Y con tono de barítono decía: 

“-Canten conmigo que el temor también condena
 -El mismo día vemos todos, príncipe
 -Marchemos uniformes, como la luna llena
 -La misma luna nos ilumina, príncipe”.

Entonces, llenos de fervor,  nos armamos 
Y nos embarcamos en luchas personales 
Como titanes, sedientos de gloria
 Aguardando el día para  nuestra historia

 Ese día...

 Olvidamos a nuestros padres pero, 
Los apellidos se mantuvieron 
Los hijos se volvieron extensiones nuestras en el tiempo
 Nos hicimos inmortales en el verso 
Aprendimos a besar al horizonte y a repudiar el firmamento 
Aprendimos a despreciar los huesos descarnados 
Un paso adelante del otro fuimos, 

Quien retrocedía no era más que un cobarde 
Pues vivimos para sentir y morir 
Pero, más que nada 
Vivimos para la pompa y el alarde. 

 Ese día Llegó una batalla, demasiado sencilla 
Había que secar un río y conseguir toda la gloria:
¿Dónde está el príncipe?

Ante su ausencia
 Uno quiso tener el honor 
Otro se dijo “caballero” 
Otro se enfureció, primero 
Dije a todos: 

“Dadle la gloria 
¿Es que acaso importa que brille tal o cual rodilla? 
Una vez sembrada la semilla, hay fruto para todos”.

No así lo entendieron los capitanes 
Y empezaron a atravesarse unos a otros
 Sus melenas se retorcían en homogéneo remolino
 Entre chorros, veíase la sangre danzante 
Todos llevaban la misma indumentaria 
 Y, ahora, compartían las mismas heridas

El gigante cayó por haberse cortado las piernas
 El robusto cedió por haberse quitado la grasa 
Como los árboles, iban en secuencia decayendo
 Siguiendo el patrón de sus espadas 

Y el río se acrecentaba, embriagado de tanto nuevo vino 
 Llamé al príncipe a gritos cuando, 
Sentí rugir una roca desde lo alto 
Esperé la firmeza y creí encontrarla, 
Era el príncipe, sobre una cascada 
Miraba todo desde lo alto y reía 

El Príncipe reía. 
Luego, dio un chillido y saltó en frenesí
 Lo vi descender vertiginosamente sobre el agua 
Cuando, antes de estrellarse con las rocas
 Desplegó un par de alas negras
 Y empezó a volar. 

 El remolino era inmenso, aguas de sangre
 En todas las direcciones que apuntaba la corriente 
No las de los hombres recién caídos 
Eran las de otros hombres
 Los de tiempos anteriores. 

El Príncipe alado se sumergió y emergieron cuerpos
 Ellos dejaron la batalla y rompieron a llorar 
Reconocieron otros hombres, otros uniformes
 Otras naves de viento, otras armas de incienso
 No miraron al suelo para evitarse las balas de plomo

 Entonces vi cómo fueron cayendo, unos contra otros 
Y otros contra el suelo, ninguno contra mí 
Algunos me rogaban inmortalidad
 Pero todos tenían el mismo nombre

 Intenté recordarlos, pero tenían el mismo rostro
 Impuesto por el régimen de ellos mismos 
Me acerqué, esperando arrancar el maquillaje 
Y no hice más que desollar unos cuantos
Diez, doce. Mil, millones

 Dejándome en la impotencia de la lástima, lloré
 Me fui hacia los bosques, así fue 
Perdimos la batalla contra Natura
por no batallar, terminé resguardando mi vida

Soy el último de los hombres de la tierra 
Y he de ser vigía 
 Mientras claman los fantasmas, de otras glorias
 Los espíritus de épocas perdidas 
Ilión, Roma, Águila y China 
Hemos muerto para marcar un proceso 
Para flotar y hundir, en permanente sumergida
 No eres tú, Lizardo
 Es el hombre en vida.

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