lunes, 5 de octubre de 2015

LAS ALAS DE ALONSO



Allá, en la plaza mugrienta del sur de Gárdaba había una carpa. Dentro de la carpa, vivía una muchacha y sobre la muchacha, había una cobija. La cobija le ocultaba el olor a chica sucia. Demasiado triste para parecer muñeca, tal vez llegaba a matrioska.  Se escondía entre sol de nieve y las tienditas que pagan impuestos de todo tipo: al piso, a los cinco niños, a las ratas, a los perros, a todo menos al gobierno.  En cuanto a la chica, a veces compraba y a veces no. Del negocio del licor de hombre le quedaba la embriaguez y la frialdad de algunas monedas. Cuando no limpiaba la carpa, llegaban las aves. Solo ahí, la chica pensaba en Alonso.
¡Qué ojitos los de Alonso! Ella  se lo encontraba casi todas las mañanas en la entrada del colegio. Alonso era muy audaz, se acomodaba entre unas paredes húmedas, a dos metros del piso. Las niñas lo conocían y respetaban, más aún que a los guardias. La niña lo veía y Alonso la esperaba.  Luego llegaba el  repiqueo de la  campana, e iniciaba la jornada. A veces Alonso aprovechaba la distracción del profesor para asomarse por la ventana. La niña lo llamaba con susurros y miradas. Una vez, Alonso entró a la sala. Las risas de las niñas lo delataron ante el profesor quien, entre gritos y manotazos lo expulsó, sin dejar las amenazas.
Alonso nunca volvió a sobrepasarse, pero al terminar el  último día volvió a la escuela.  La niña no estaba. Un grupito de niñas desfiló bajo Alonso, quien movió la cabeza y se fue. La niña estaba en una cafetería, sentada con su madre y unas primas. Todos brindaron por la niña, por las vacaciones y el nuevo colegio. La niña estaba feliz, pero unos golpecitos en la ventana le descubrieron otra vez a  Alonso, el cual entró por la ventana a la cafetería. Las primas se asustaron y la madre llamó al mesero. Cruzaron miradas por un momento. Llegó el mesero y señaló a Alonso sin decir una palabra. El mesero se puso a dar manotazos, ante el silencio sumiso de la niña.
-Paloma sucia, ¡Afuera!
Alonso extendió sus alas grises y se fue volando.

La niña  se puso a llorar apenas volvió a la casa. Salió, escondida,  a buscar a Alonso. Un tipo la siguió y se la llevó en un carro. Años, muchos años más tarde, una sombra irregular se posó en la esquina roja de la carpa.  La muchacha miró la sombra por un momento. Era del tamaño de una mano, con bordes irregulares a los lados que parecían estrecharse en dos partes paralelas a la entrada.  Y se movía, ¡Se movía! La chica rompió el cierre de la carpa y miró: Otra rata. Cubrió el agujero con una toalla y volvió a dormirse mientras se repetía a sí misma: “En este mundo de maravillas, la realidad se da la vuelta”. 

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