Allá,
en la plaza mugrienta del sur de Gárdaba había una carpa. Dentro de la carpa, vivía
una muchacha y sobre la muchacha, había una cobija. La cobija le ocultaba el
olor a chica sucia. Demasiado triste para parecer muñeca, tal vez llegaba a
matrioska. Se escondía entre sol de nieve y las
tienditas que pagan impuestos de todo tipo: al piso, a los cinco niños, a las
ratas, a los perros, a todo menos al gobierno. En cuanto a la chica, a veces compraba y a
veces no. Del negocio del licor de hombre le quedaba la embriaguez y la
frialdad de algunas monedas. Cuando no limpiaba la carpa, llegaban las aves.
Solo ahí, la chica pensaba en Alonso.
¡Qué
ojitos los de Alonso! Ella se lo
encontraba casi todas las mañanas en la entrada del colegio. Alonso era muy
audaz, se acomodaba entre unas paredes húmedas, a dos metros del piso. Las niñas
lo conocían y respetaban, más aún que a los guardias. La niña lo veía y Alonso
la esperaba. Luego llegaba el repiqueo de la campana, e iniciaba la jornada. A veces Alonso
aprovechaba la distracción del profesor para asomarse por la ventana. La niña
lo llamaba con susurros y miradas. Una vez, Alonso entró a la sala. Las risas
de las niñas lo delataron ante el profesor quien, entre gritos y manotazos lo
expulsó, sin dejar las amenazas.
Alonso
nunca volvió a sobrepasarse, pero al terminar el último día volvió a la escuela. La niña no estaba. Un grupito de niñas desfiló
bajo Alonso, quien movió la cabeza y se fue. La niña estaba en una cafetería,
sentada con su madre y unas primas. Todos brindaron por la niña, por las vacaciones
y el nuevo colegio. La niña estaba feliz, pero unos golpecitos en la ventana le
descubrieron otra vez a Alonso, el cual
entró por la ventana a la cafetería. Las primas se asustaron y la madre llamó
al mesero. Cruzaron miradas por un momento. Llegó el mesero y señaló a Alonso
sin decir una palabra. El mesero se puso a dar manotazos, ante el silencio
sumiso de la niña.
-Paloma
sucia, ¡Afuera!
Alonso
extendió sus alas grises y se fue volando.
La
niña se puso a llorar apenas volvió a la
casa. Salió, escondida, a buscar a Alonso.
Un tipo la siguió y se la llevó en un carro. Años, muchos años más tarde, una
sombra irregular se posó en la esquina roja de la carpa. La muchacha miró la sombra por un momento. Era
del tamaño de una mano, con bordes irregulares a los lados que parecían
estrecharse en dos partes paralelas a la entrada. Y se movía, ¡Se movía! La chica rompió el
cierre de la carpa y miró: Otra rata. Cubrió el agujero con una toalla y volvió
a dormirse mientras se repetía a sí misma: “En este mundo de maravillas, la
realidad se da la vuelta”.
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